viernes, febrero 21, 2014

Rebelión en el parque

  Al parque llegamos a las cinco. Recogí a las niñas en el colegio y decidí con ellas, sin mucho debate y en un acuerdo sencillo, ir al parque. La tarde anunciaba la primavera, el primer golpe de ligero calor ayudaba a tomar decisiones sencillas y caminar los tres hasta el parque con ánimo suave.  Cuando llegamos las niñas salieron disaparadas a desperdigarse por el terreno. Ya habían pasado los primeros años de atención, esa época de sus primeros pasos que cada elemento del parque se podía tornar un peligro. Nunca fui padre obseso con mirar a mis hijas, pero la atención era inevitable. Ahora todo sucedía diferente, a veces, incluso, me llevaba algún libro y las iba observando en intervalos ligeros. Ellas conocían a los más habituales y jugaban a asuntos de difícil explicación. No era sencillo entender esos juegos sin normas muy precisas o que cada uno aplicaba a su antojo, el éxito de sus juegos era que en ese aparente caos individual, había un entramado colectivo complejo y amable. A veces, la pequeña, se acercaba y me pedía ayuda para subirla al columpio, pasaba algunos minutos allí, sobrevolando el parque, mirando todo con esa relajación que da el movimiento constante. Aquella tarde el columpio estaba altamente solicitado y el orden para subir se estaba complicando. Los niños, sobre todo los más pequeños son poco pacientes y el deseo de columpio estaba generando cierta tensión entre las madres. En general el asunto se resuelve con cierta diplomacia y se trata de inculcar valores: "ya llevas mucho rato", "ahora le toca a ese que es más pequeñito", "hay que dejar a los demás, el parque es de todos". Ninguna frase suele tener efectos en el amago de rabieta del pequeño, pero las madres o padres entienden que algo de valor se está inculcando. La madre que balanceaba a la niña que estaba en el columpio justo cuando casi nos tocaba a nosotros miró a su hija y con un pragmatismo que mi me pareció atroz, dijo:"Baja, que cuanto antes bajes, antes se bajarán los otros y antes te tocará de nuevo". A menudo aún trato de interpretar la frase: tiendo a ver una lección que explica el sistema en el que habito. En cierta manera veo algo despiadado en esa visión. No es que sea un derecho de todos que se sustenta en la obligación que tenemos de dejar, sino que, visto así, dejar no es el fin, dejar es el medio para nuestro fin, que es conseguir. Además, inevitablemente, y con mi desarrollada susceptibilidad, el comentario me condicionaba sobre la cantidad de tiempo de mi hija o lo que yo pensaba que debía ser el tiempo que estaría mi hija. La ayudé a subir y me hice a un lado. La vi balancearse algunos segundos, miré con cierta culpa a las otras madres que hacían cola con sus hijos e hijas y cuando transcurrió poco más de un minuto pensé que debía decir  a mi hija que bajara. Me acerqué, se balanceaba con ligereza, en cierta manera mi hija se acomodaba con precisión en su movimiento a la entrada de la primavera, parecía sentirla en cada poro, parecía habitar en la primavera.

.- Cariño, debes bajar ya. Aún hay muchos niños por subir y si estás mucho más rato no todos podrán disfrutar el columpio.

 La niña me miró con cierto recelo y me dijo que llevaba muy poco. Le dije que era una cola muy amplia y que no era conveniente estar disfrutando uno solo mucho rato del columpio. Bajó con cierto resquemor y según la puse en el suelo, corrió al final de la fila para volver a subirse. Le dije que me avisara, que la ayudaría a subir de nuevo, que estaba a un lado y me senté un poco más allá a seguir con el libro. El libro tenía una narración atrayente, siento cierta empatía con esas narraciones periféricas, que no revelan de pleno o demasiado descriptivamente la historia. Todo sucedía de un modo bastante lateral y en cierta manera la vida del narrador era una excusa para contar un problema más absoluto. Me abstraje tanto que no atendí demasiado a las niñas, mi hija mayor se entregaba con profesionalidad al escondite y buscaba esquinas imposibles en ese parque con pocos recovecos. La pequeña, en ese momento, seguía haciendo cola, delante estaba la niña cuya madre había aleccionado con la recompensa que en ese momento estaba obteniendo. Mi hija me miró desde allí, gesticuló con obstinación, incluso con cierta rabia. Marqué la página y caminé hasta allí. Cuando me acerqué, con cierto mal humor me dijo:"Yo estuve poco tiempo porque todos debíamos pasar y todos están mucho más tiempo que yo y esta niña lleva mucho rato". Busqué a la madre con la mirada, la vi entregada a una conversación divertida en la otra esquina del parque. Ajena a la situación generada. Pensé que igual debía evadirme, como ella, del conflicto del columpio y que ellos resolvieran. No dije nada al respecto, miré a mi hija y le dije: "Creo que ya estás capacitada para subir sola. Creo que ya lo puedes hacer". Y me retiré a mi esquina. La niña del columpio seguía, sin intención de bajar. Me puse nervioso y en un par de ocasiones estuve a punto de levantarme para decirle algo, pero luego pensé que no debía meterme  en asuntos de niños. Abrí el libro y me forcé por seguir leyendo. De vez en cuando ojeaba el columpio. La niña seguí allí, balanceándose con cierta sorna. Finalmente, y bastantes minutos después, la niña bajó y mi hija, no sin torpeza, pero con una valentía admirable, logró subir al columpio. Allí se vengó. Pasados diez minutos y con la cola en estado de ira, no tuve el valor de acercarme, pensé que ese asunto lo debía resolver ella. Algunas madres ya hablaban alto, seguramente para que las quejas llegaran a mis oídos, disimulé, el libro fue una gran excusa. Creo que mi hija, en uno de los movimientos desde atrás, justo en el instante en el que el cuerpo da el impulso al columpio gritó algo así como:"Todos tenemos derecho a columpiarnos mucho tiempo. No solo vosotros". Me dieron ganas de reir, pero disimulé con la vista entre las páginas que ya hacía un buen rato que no leía. Finalmente bajó. Su bajada fue torpe, era la primera vez que bajaba sola del columpio, pero logró hacerlo. Creo que una madre la insultó mientras subía a su hijo.

 A partir de ahí las cosas se multiplicaron en conflicto. Cada niño estaba más rato que el anterior. La noche caía en el parque y nadie cesaba en su intento de volver alcanzar el columpio. Algunas madres convencían a sus hijos para volver ya a casa. La niña aleccionada por su madre, finalmente, alcanzó por tercera vez el columpio. Lo que vino no fue un abuso, ni siquiera un exceso, lo que vino fue una declaración de intenciones, la propuesta para una guerra. Evidentemente, mi hija aceptó el reto. No estuvo diez minutos, ni quince, es posible que alcanzara la media hora, seguramente más. Como buenamente pude logré convencer a mi hija que era hora de irse a casa y que no parecía que fuera a conseguir montarse de nuevo.

 Dos días después volvimos al parque. La primavera parecía consolidarse y el tiempo seguía siendo espléndido. Me quedaba el último tramo del libro y me senté en uno de los bancos laterales. Fue cuando vi a mi hija colocarse con frialdad en la cola de columpios. La observé y vi, en la misma cola, justo delante, a la niña del día anterior. La cola avanzaba torpe, se había apoderado cierto caos en los tiempos de columpio, y nadie parecía estar por la labor de restarle tiempo a sus hijos. La niña del día anterior se subió. Pasaron diez minutos, quince, es posible que llegara a los veinte minutos balanceándose a velocidad constante. Mi hija aguantó sin gestos, sin desvanecer, como el que espera pacientemente su momento. La niña bajó, la madre hablaba en una esquina. Mi hija subió con bastante más habilidad que el día previo. Pasaron dos minutos, tres minutos y nadie dijo nada. Pasaron diez minutos y me puse nervioso. La miré allí, en ese balanceo acompasado, que mucho tiene de música a veces. La miré como tratando de decirle que mejor bajara, que mejor no entrar en esas formas, en esos gestos, que mejor era respetar por mucho que los otros no lo hicieran. No lo interpretó así. Allí siguió. Pensé que ya era momento de entrar en el juego, de educar. Me puse en pié y me acerqué.

.- Debes ir bajando ya, cariño. Llevas mucho tiempo.

.- Papá, todos están mucho tiempo. Si yo bajo antes, más tardaré en volver. No es justo que todos estén tanto tiempo y tú me digas que yo debo bajar. Esa niña siempre hace igual. Si me bajo es posible que ya no vuelva a subir.

 Me abrumó la reflexión. No me gustaba que entrara en esa guerra, pero no supe salir de un modo pausado o razonable de lo que ella proponía. Le dije que debía bajar, que aunque los demás no lo hicieran, lo idóneo era entender que el columpio era de todos y que solo disfrutándolo el tiempo considerable para que todos lo hicieran se podía disfrutar. Bajo enfurruñada, me miró con cierta ira. En ese momento creo que pasé a formar parte de una especie de invisible bando contrario. La siguiente madre jamás acudió a llamar la atención a su hijo, que estuvo cerca de media hora. La cola se redujo porque muchos niños se cansaban de esperar, algunos cambiaron directamente de parque. Mi hija esperó, pero inevitablemente tenía a la niña que se había convertido en el punto de su rebeldía. La niña excedió la norma, si generalmente abusaba, esta vez el tiempo fue atroz. La madre no dijo nada, y ya era parte de la disputa. Me puse en pié decidido a ayudar a mi hija en su batalla. La niña se balanceaba brutalmente. Alcanzaba el punto donde el columpio se queda una fracción de segundo estático antes de volver hacia abajo. Mi hija miraba con desprecio. Finalmente la niña bajó. Mi hija manteniendo una calma sobrecogedora se subió al columpio, se quedó sentada y miró hacia la cola. No se balanceó. Aguanto sentada mucho rato y luego ya empezó, muy despacio a balancearse.

.- De aquí no me bajo, Papá. He recuperado lo que nos habían quitado. No volverá. No volverá jamás. Pagará lo que ha hecho.

 La madre de la niña me dijo algo, algo feroz, algo con tono maléfico. No escuché, vi a mi hija y traté de comprender. Mi hija se balanceaba mientras gritaba"De este columpio... yo no me muevo". una y otra vez. De repente, sin pensarlo me vi acompañando a mi hija en ese cántico: "De este columpio...no nos movemos". De repente mi hija mayor, ajena hasta entonces de los conflictos del parque se acercó y con un palo trazó sobre la arena nuestra especie de slogan:"De este columpio... no nos movemos" La niña abajo cogió arena y la lanzó hacia mi hija que desde el columpio se encontraba en situación de superioridad. La madre me volvió a insultar y yo no contesté, simplemente la miré a la cara y comencé a canturrear con fuerza: "De este columpio...no nos movemos".

Y así recuperamos lo que un día creímos nuestro. Y a esa hora el parque, con la última luz de ese atardecer de primavera, estaba vacío. Mis hijas y yo. Canturreando con euforia. Miré la hora y pensé que el mundo, a su manera, se había acabado y que debíamos volver a casa.

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