martes, marzo 30, 2010

C, ciudad capital

Cielo de plomo, luz cobriza. Parece que fuera a caer lluvia sólida. Esas nubes parecen metálicas. Media tarde espesa y húmeda. Desde esta azotea se ven algunos de los límites de la ciudad. La montaña gigante en todo su esplendor. el ruido del tráfico parece el acompañamiento musical de una escena de intensidad. Se empiezan a encender las primeras luces, se entremezclan los primeros neones con la caída paulatina del la luz diurna. No he anotado nada en mi cuadernillo en todo el día, lo hago ahora para recordarme que ha sido otro día introvertido, entendiendo por día introvertido ese que pasa sin dejarse notar, sumándose a otros días sin aspavientos, obediente. En realidad me agradan los días introvertidos, vivimos con la intención de que cada día sea extrovertido, pero los días así pasan de largo y se suman del mismo modo que los otros, nada los obliga a ser especiales, llamativos y de siempre he sentido predilección por lo que aparenta ser común, puesto que nada es común, eso me hace pensar que estos días en el fondo esconden enormes peculiaridades. No pienso más en este día, ahora me atrae ese juego casual que se forma entre el neón de Sony que tengo casi en primer termino con aquel de HP que está a kilómetros, a la altura de las torres centrales. Colocados en días y horas diferentes en lo alto de sus edificios. No sospechaban los operarios que los instalaron que aquello generaría una especie de coreografía o curioso juego de luces para ser observado desde esta azotea ¿O si? ¿Es posible que si estuviera planificado? ¿cabe la posibilidad de que fuera intencionado este juego hermoso que se crea entre el neón de HP allí a lo lejos y el de Sony aquí cerca? No, estoy seguro que no. Esa intermitencia regulada, ese efecto de caída cuando se enciende la Y y que parece reverberar en la P allí, no es intencionado; es la atracción del azar. Se va la luz del día, se acaba la luz cobriza, ahora el cielo de plomo se vuelve oscuro, reventado por el resplandor de la urbe encendida. La montaña que todo lo vigila se lanza a la oscuridad, se deja de identificar su perfil. Siempre he fantaseado con la idea de que hay gente que habita en la montaña y por las noches hay actividades enigmáticas a media altura. Se de fiestas en lo alto, de gente que excursiona y sube y pasa la noche, pero me refiero a la posibilidad de que haya grupos secretos que viven en zonas inaccesibles de la montaña y maniobran y realizan actividades misteriosas mientras la ciudad abajo sobrevive a la noche y a su laberinto de violencia. Hay veces que miro horas la montaña y recuerdo aquel tipo que se enamoró de ella. Su apartamento miraba hacia ella. Me confesó, en aquellos arrebatos que le daban a la hora de hablar de la montaña, que llegó a masturbarse mirando el perfil. Luego sacaba un cuaderno y leía cartas que escribía como si fuera una mujer. Una noche decidió subir absolutamente borracho. Cogió el coche y se quedó en el parking que hay en la ladera central, cuando apagó el motor unos malandros entraron y le mataron. Dejaron su cuerpo tirado en el aparcamiento y se llevaron el coche. No tenía familia y fuimos muy pocos a recoger sus cosas, yo tuve la osadía de quedarme con el cuaderno de cartas a la montaña pensando en la posibilidad de publicarlo. Llegué a pensar en buscar subvención institucional, promover aquellos textos como una forma para vincular literatura a la montaña ese símbolo inevitable de esta ciudad, pero a nadie le atrajo el proyecto. Era un autor underground en una ciudad que toda ella, de por sí, es underground como forma de existencia, pero aquí nadie mira a los lados. Hay veces que ni siquiera miramos la montaña. He llegado a creer que esta ciudad existe por contraste a esa montaña sublime ¿Cómo es posible que exista esta ciudad desmembrada a los pies de semejante accidente geográfico? Esa ladera inmensa y potente y a sus pies este caos insostenible, la violencia por la violencia. Hay algo místico en la ubicación de esta ciudad. Como si esa montaña fuera un ser mitológico y esta ciudad parte de su leyenda. Debe haber una explicación así para comprender esto o quizá no sea mas que como el neón de Sony y el de HP, que hacen un juego de reverberaciones y contrastes, ajenos. Unidos por un azar y por el punto de vista que da esta azotea. Quizá sea eso y no haya más. Eso sólo la montaña lo sabe.

domingo, marzo 28, 2010

Historia de un texto

Buenas tardes (¿tardes? ¿noches?¿días? ¿Qué hora es en un texto atemporal?) Soy el personaje de este texto que comienza. Entre otras muchas características, para mi, la primordial, es que puedo ser absolutamente variable y transformarme a cada instante, virtud que poseo por ser texto o literatura, si a esto que aquí se escribe se le puede llamar literatura. Puedo ser por ejemplo, Caballero psicodélico de campos galácticos y estar batallando en guerras lejanas y seguidamente, como ahora ocurre, ser enfermera de un hospital de pocos recursos en el medio de la selva. Eso sucede, y esa es mi principal virtud, que puedo ser una cosa y variar, si el texto lo justifica, a cualquier otra. Pensaba, por ejemplo, que podría ser el muñeco verde que indica el paso en un semáforo, que este texto podría narrar las aventuras y desasosiegos de mi vida en ese espacio cerrado pero creado sólo para mi y pasar seguidamente a ser el escritor en blanco en busca de un argumento que le obsesiona pero que no encuentra. Eso soy, aunque no siempre sea fácil, sin ser nada del todo o ser a tiempo parcial. Esto sucede, claro, porque soy personaje de literatura, en otras épocas fui personaje de cine o teatro, pero estas variaciones no se daban del mismo modo. En cine o teatro producción ponía peros, eran caras las transformaciones del personaje, destrozaban la credibilidad o la verosimilitud de la trama. Había que ser generalmente el mismo personaje de principio a fin de la trama. En literatura no. Nadie te niega nada por dinero, puedo ser uno y ser otro por simples variaciones surrealistas. Por eso me gustan las narraciones sin orden ni normas. Como personaje puedes traspasar fronteras, no ser lineal. En este texto por ejemplo son narrador, pero el que escribe puede empezar a hablar de mi en tercera persona, sin aviso. Y así sucedió, el personaje orgulloso de ser transformable dejó de narrar su vida, y traspasó determinadas barreras argumentales para ser un triste personaje atado a una biografía cruel. De repente y sin saberlo, el personaje apareció caminando en medio de un campo desolado, aquel paraje en el que apareció, le resultó extremadamente frío y apenas llevaba abrigo para cubrirse. Miró a los lados, quizá esperando cierta compasión del autor que le escribía, miro a un lado, a otro. A lo lejos el cielo espeso anunciaba nieves, sus pies descalzos y su pantalón corto le prometían una jornada durísima. De repente gritó:

.- ¿Por qúe me haces esto? ¿Acaso quieres demostrar tu poder sobre mi? Yo sólo narraba mi agradecimiento a la literatura por dejarme ser muchas cosas.

y empezó a caminar hacía un horizonte vacío. No sabía donde estaba, aquella estepa helada le atemorizaba a cada segundo un poco más y fue desapareciendo por puro capricho del autor. El autor a su vez, siguió tecleando orgulloso de su poder y de toda su capacidad para manejar el destino del personaje a su antojo, sin explicaciones. Sentado en su silla, escuchando a cada palabra el sonido de las teclas, notó de repente un tacto suave alrededor del cuello. No se detuvo, pensó en corrientes de aire, pero ese tacto era frío, casi como el del hielo. Marco un punto. Giró la cabeza. No vio a nadie. Volvió al texto y notó de repente un escozor agudo en el cuello, una gota de sangre manchó el teclado. Se asustó. Se tocó el cuello. Estaba sangrando y así lo escribió. Escuchó un último susurro que no pudo anotar. Esta frase, que fue la última que escuchó en vida la dejo anotada su asesino en este texto:

.- No menosprecies el poder del personaje. Al fin y al cabo está en sus manos el destino de tu texto.

jueves, marzo 25, 2010

A solas con D

Onceavo día de vida de D. Es mi primer rato absolutamente a solas con ella. M salió por primera vez, y por primera vez se han separado desde que D nació. La tuve un rato en brazos al principio de esta soledad compartida, y la tendría el resto de mi vida, pero noté que iba cerrando sus ojos y la acosté en su cuna. A su vez me senté en el sofá a pocos metros de su cuna y empecé a leer. Me levanté inmediatamente a mirarla de nuevo. D movía anárquicamente sus brazos, a ratos bostezaba, a ratos provocaba con sus labios algo que se va asemejando a una forma de sonrisa, luego emitía sonidos callados, luego gesticulaba y resultaba fascinante porque a mi me parecía ver gestos lejanos de M y también míos o gestos que arrastran también mis hermanos, esas frases del libro invisible de la genética. Entonces pensé que este rato a solas con D era perfecto para oir música juntos. Estuve un buen rato pensando que le podría gustar a D cuando casi ya dormía. Me alejé del cliché de la música clásica, me la han recomendado tanto desde el embarazo que he preferido no ponérsela por pura rebeldía y me he decantado por un disco muy ambiental y atmosférico y tremendamente emotivo: Riceboy Sleeps de Jonsi and Alex, que me recomendó hace ya muchos meses Illot, un tío de D. Entonces me he sentado porque D se estaba quedando definitivamente dormida. He jugado a descifrar que imágenes o sensaciones podrían producir en D esos sonidos. Me he vuelto a levantar y la he mirado de nuevo. Soy adicto a mirar a D. Sus ojos estaban casi cerrados pero aún mantenía una mínima rendija. La escena me ha desmoronado del todo, afuera anochecía y se colaba ese azul grisáceo de la tarde casi agónica. Estaba a solas y me he dejado llevar y me he puesto a llorar. La música, D entrando lentamente en el sueño, el privilegio de ser el padre de esa niña. Todo eso me ha producido sensaciones muy limpias, absolutamente puras. Desde que la vi hace 11 días, tiendo a pensar que mi vida cobra sentido en el momento en el que D nace. He dicho una frase en alto y me he girado. Luego, por esa vicio de escribir, he sentido la necesidad de dejar anotado esto y eso hago, mientras avanza lentamente este disco y me asomo cada muy poco a ver desde aquí a D. He jugado, mientras tecleaba este texto a imaginar que D, en algunos años, influenciada quizá por esa curiosidad que se tiene cuando uno se libera de los viejos y trata de conocer la personalidad que hay detrás de ese personaje que es el padre, lee este blog y lee este texto y se lee a si misma, dormida, con 11 días de vida, arropada por una música suave y soñando el sueño indescifrable del recién nacido y lees esto, D. Y lees que levanto la cabeza y te veo de nuevo. Estás ahí, ahí mismo, y es hermoso mirarte.

Otra rama

A las 11:30 de la mañana (hora en la que se empieza a escribir este post) del 25 de marzo de 2009, murió por causas desconocidas. A las 11:31 (hora en la que arranca esta frase) cobra una nueva forma de vida en la rama de un almendro del Parque del Retiro. Hasta las 11:32 vive en absoluto desconcierto. Durante los siguientes dos minutos trata de comprender. Está colgando y ve el suelo como un lugar lejano e inalcanzable, a los lados otras ramas que junto a él dan la forma definitiva del árbol. Un corredor urbano pasa a pocos centímetros y por la velocidad que produce, le agita levemente. En ese instante empieza a comprender su nueva situación. Observa la organización y estructura del árbol al que ahora pertenece. Le sorprende que, al contrario de cuando era ser humano, hay menos independencia, la vida como rama depende más de los ciclos de todo las partes del árbol. Sin embargo esto no le parece negativo, de repente aquella falsa individualidad humana le parece exagerada y bastante irreal. Siendo rama comprende que de algún modo siempre se es una cadena. A las 11:38 comienza a llover y nota una forma muy peculiar y absolutamente novedosa de éxtasis. La rama que está a su izquierda le dice que pronto empezarán a florecer y que el esfuerzo merecerá la pena. Desde la altura ve como la lluvia va formando minúsculos ríos en la arena del suelo. SIn comprender, comprende algo que no detiene y suspira o hace algo parecido a lo que era suspirar cuando era humano. Las nubes avanzan a velocidad de vértigo en el cielo y eso le hace pensar en el tiempo ¿Cuánto ha pasado desde que dejé atrás mi vida humana? ¿Qué será en este instante de aquel cuerpo en el que habité 28 años y medio? Bajo esas reflexiones descubre también que el tiempo y su percepción es radicalmente distinta bajo la existencia de rama. Un viento frenético sube desde la cuesta del Moyano y empuja con violencia todo su cuerpo, las hojas, la estructura completa del árbol. Escucha las quejas de las ramas de los otros arboles y él se suma a esa queja inaudible para los jardineros que pasan organizando a su antojo los jardines de todo el parque y quejándose a su vez de la climatología y de lo que dificulta la lluvia y el viento sus labores. Trata de comprender y adaptarse, la nueva forma de vida tiene dificultades y enormes diferencias con la de cuerpo humano. La lluvia genera éxtasis, el viento desasosiego sin embargo en un eco de su existencia humana, y justo cuando el Sol, pasado un rato, vuelve a salir, al ver apoyarse en el tronco a una mujer que de su mochila saca un libro y empieza a leer, cubierta por la sombra que da su rama o su nueva forma corporal; siente la necesidad de descender y de hablar de ese título o de las lluvias pasajeras y enloquecidas de la primavera. SIn embargo la chica lee y no atiende, como es normal, a la rama que la cubre y la rama que la cubre que es él, la observa desde esa posición privilegiada pero le está negado, sin embargo el privilegio de hablar o tactar su piel. Esto al principio le produce cierta frustración, pero pasado un rato y mientras la chica avanza poseída por la lectura, siente que los nuevos placeres están sujetos, por ejemplo, en esa amabilidad de cubrir esa piel inaccesible con los beneficios que produce su sombra. La imagen, desde fuera, también le parece romántica. La chica lee apoyada en el tronco y sobre ella, él que es todo rama y la cubre. Así va pasando el día. Ella se ha ido y jamás volverá. Eso le hace descubrir, por ejemplo, la inmovilidad, pero sin embargo según avanzan los días llegan las flores. El almendro en flor y su espectáculo. También los árboles tienen ego, descubre cuando la gente pasa y mira e incluso aquello produce y genera un montón de poéticas sensaciones en los que van y vienen. A su manera el Almendro en flor tiene mucho de concierto, de espectáculo, de arte. Tantos pasan y observan y son invadidos por agradables sensaciones que él siente la responsabilidad del que crea e inventa. Así, y porque la flor es breve y se va rápido, caen las hojas, van perdiendo esa blancura casi onírica y junto a las otras ramas se van sumiendo en esa melancolía inevitable de la resaca que deja en las ramas el esplendor de la flor. Así pasan algunas semanas nostálgicas, silenciosas y la primavera avanza. Así, lenta y rápidamente como siempre pasa el tiempo, hasta esa mañana de junio que la chica que lee aparece de nuevo y se apoya en el tronco y él, de nuevo amable, ofrece y cubre con su reducida y casi invisible sombra la lectura concentrada de la chica. Y desde arriba mientras ella va pasando páginas observa y disfruta de la imagen de su piel, de los dedos que con cuidado van pasando las páginas. Así durante mucho rato hasta que ella se pone de pie, casi a su altura y el siente que casi la pueda hablar y ella guarda el libro en la mochila y le mira y de algún modo el vuelve a las percepciones humanas y casi agita sus hojas y casi se desplaza para alcanzar su boca, pero evidentemente no lo logra y ella mira, como si pudiera percibir que esa rama insignificante está atraida, mira tanto que el sospecha que la chica percibe, pero evidentemente no. Lo que sucede es que ella se da la vuelta y se larga cuesta abajo y el se queda en el árbol, colgado como buena rama, viendo pasar el tiempo, esa otra forma de tiempo y así se lo cuenta a otra rama que no entiende o que piensa que esa rama ficciona más de la cuenta su propia vida y así se lo hace saber:

.- Deja de soñar. Yo te vi crecer, tu siempre estuviste aquí. No es verdad que llegaste de golpe. Nunca fuiste humano. nunca saliste del árbol. Eres rama. No fantasees más. Rama es rama y una rama no va y vuelve. No aparece de golpe ¿Lo entiendes?

miércoles, marzo 24, 2010

Enmedio

Enmedio Martínez, tenía la peculiaridad, aparte de su enorme mediocridad, de estar siempre donde no se le deseaba del todo. Enmedio estaba casi siempre, de repente, a tu lado. Aquello era una constante. Cuando no imaginabas que podía estar, aparecía en los bares colándose en conversaciones ajenas, opinando en lugares donde no estaba invitado a opinar y emitiendo juicios con una ligereza desmedida. Enmedio Martínez era de estatura media, de clase media y vivía en la mitad exacta de su calle, su apartamento el Tercero C, estaba a la derecha del A y el B y a la izquierda el D y el E, el edificio de cinco plantas en el centro de la ciudad tenía la peculiaridad de estar pintado en dos mitades, lo que hacía que, exteriormente, el apartamento de Enmedio estuviera justo atravesado a la mitad por la línea que separaba los dos colores. Enmedio salía siempre a mediodía a trabajar en su oficio mediocre donde era uno del montón, pasaba las horas midiéndolas en medias horas y a mediatarde salía porque concluía su jornada, porque Enmedio trabajaba la mitad de la jornada. Comenzaba su tiempo de ocio y ejercía en plenitud, y esto era lo único que no hacía a medias, a ponerse en el medio de los sitios donde no era deseado. Iba al cine y , lo habrás visto, Enmedio es ese que se pone justo delante de ti, colocado de modo que no te deja ver algún trozo de la pantalla o tapa, con la mitad de su cabeza la mitad exacta de dos palabras de los subtítulos. Enmedio iba en busca de amigos y se colocaba en las mesas donde ellos bebían cerveza y fumaba esas colillas largas que hay en los ceniceros y que son casi la mitad del cigarrillo y sorbía esos vasos donde alguien había dejado la mitad de la última cerveza. Porque entre otras cosas Enmedio siempre sacaba la mitad del dinero que iba a usar porque como buen mediocre era usurero y rácano y hacia las cuentas con 50 céntimos como base. Sus expresiones de cantidad eran curiosas porque Enmedio no decía esto vale 200 euros, sino que decía esto vale cuatrocientas veces cincuenta céntimos, así que para Enmedio todo tenía que costar la mitad o sólo ponía la mitad de lo que tenía que pagar. Así que la molestía que generaba no era sólo por meterse en medio de todo sino que además se multiplicaba todo lo que el dividía. Enmedio se sentía orgulloso de su sinceridad y su sentido crítico, cuando en realidad sus frases siempre se colaban en mitad de conversaciones a las que no había sido llamado, pero además, según se giraba y dejaba ese medio tufo desagradable de las personas molestas había que poner la mitad de su dinero y seguramente la mitad de su vida, esa que no tenía porque la ahorraba o la guardaba vaya uno a saber para que. Enmedio estaba en el medio de todo. En el medio de la nada, en el medio de donde no debía estar. Atravesado, cruzado, en la línea donde las cosas cambian a otra cosa. En ese terreno se colaba Enmedio. En la mitad de la conversación, en la mitad de la vida de los otros, en la mitad de una frase, en la mitad de un concierto, en el medio de tu ángulo de visión, en medio de todo. En la mitad exacta donde las cosas no son nada, sino mera transición. En ese hueco vivía Enmedio y por eso resultaba desagradable, porque en el fondo nadie quiere esa presencia en mitad de todo. No hay nadie capacitado para habitar ahí sin resultar desagradable, Enmedio. Entiéndelo. Entiéndelo de una vez, aunque sólo sea la mitad del texto.

lunes, marzo 22, 2010

Vuelo

A las 10:23 despegó el avión. El vuelo, que duraría algo más de 8 horas, sería relativamente cómodo. Se quedó dormido a la hora y media del despegue, cuando el avión sobrevolaba el atlántico. Soñó con un león enjaulado y con un tipo que decía ser Robert de Niro pero que se parecía a su médico de cabecera y que afirmaba conocer el desierto. Despertó 56 minutos después, bebió zumo de naranja y comió pollo en una bandeja plástica con arroz. El tipo de al lado bebía vino y cada rato suspiraba y cerraba los ojos. Cogió su libro, leyó algunas páginas con las que se sintió sorprendentemente identificado, de vez en cuando giraba la cabeza, el sol era potente al otro lado de la ventanilla, le producían un efecto casi hipnótico los reflejos sobre el atlántico e imaginó travesías épicas a través de ese oceano. Por su cabeza pasó la bestial sensación del tiempo, 200 años, 300, 518; imaginó barcos, biografías anónimas que atravesaron de un lado al otro, personas con vidas cortas en busca de alguna forma inexistente de destino, de gloria. Imaginó inmigrantes medio siglo atrás, escritores que fueron y volvieron. Luego metaforeó ese mar en un inmenso libro de historias y biografías tremendas. El Atlántico como una novela infinita de destinos de ida y vuelta. Volvió al libro, el protagonista se reencontraba con su pasado, ese reencuentro con los lugares que empuja descarnadamente a los recuerdos. La memoria es un laberinto o un océano, pensó y siguiendo con esa reflexión pensó que en realidad el océano a su modo es un laberinto, por lo tanto memoria, laberinto y océano vienen a ser elementos semejantes, comparables. Sacó su cuaderno de notas, escribió algunas frases sobre esa realidad temporal. Un avión que sobrevuela el atlántico y su propia memoria. En ese instante recuerda la vez, cuando 18 años antes hizo ese mismo camino, porque aunque sea en avión, aunque sea volando, aquello también es un camino. Recuerda a su madre con ese impulso del instinto del que avanza y está a horas de empezar una nueva vida. Ese vuelo 18 años antes y de repente la memoria y el presente se adhieren una a la otra y todo se vuelve oceano, el laberinto del recuerdo. El tipo de al lado pide whisky, suspira y cierra los ojos, en una mano lleva un libro del que no alcanza a leer el título. Mira a los lados, una tipa con el pecho exagerádamente operado habla con el tipo que está a su lado. El acento y las expresiones le trasladan a esa vida anterior, a la que ahora acude a revisitar, a reobservar con la nueva perspectiva que da el tiempo, la memoria, el océano de por medio. La tipa habla de internet y de una fiesta, el tipo la escucha. Descubre, por la conversación, que se han conocido en ese vuelo, que su charla arranca y que hay cierto juego de seducción. El avión es un experimento social y la imagen de 100 o 100 tipos sobrevolando conjuntamente el mar le parece, de repente, un absurdo absoluto. "Los aviones no se caen, es la tierra la que viene hacia arriba y los oculta" piensa y mira los reflejos del sol en el océano. Pasan las horas pero al ir de este hacia oeste, mientras pasan a su vez se reducen lo que deberían ser las 3 de la tarde va siendo horas menos. El ejercicio le parece extraño, y las diferencias horarias incomprensibles, cuando aterrice estará horas por detrás. Piensa rato en eso, en esas horas perdidas mientras el vuelo avanza, en esa diferencia horaria que quizá se explica en el oceano, en el laberinto, en la memoria. Que todas a la vez se comen el tiempo, porque finalmente laberinto, memoria y océano, de eso se alimentan: de las horas de los que vuelan

sábado, marzo 20, 2010

Mateo Page

No había truco y, a su modo de entender, tampoco había trampa. Internet es vasto como el cosmos. Se puede encontrar las instrucciones de uso de una olla express fabricada en los setenta o la explicación física a los acontecimientos más insólitos de la climatología mundial. La red es como el caos y cada uno lo ordena a su antojo y como la vida de las personas hay algo de azar en cada movimiento. No es fácil recordar como fue que uno llegó a dar con ese escondite en el que se encuentran las claves para algo útil o la lectura de un cuento inédito y casi secreto de uno de sus autores favoritos. Este ejercicio de búsqueda tiene mucho de juego mitológico, de ese barroquismo fantástico del tipo "El señor de los anillos". Como buscador las batallas y los lugares a recorrer son dispersos y titánicos. Google es la puerta principal, pero no la única. Hay otros accesos menos evidentes, más ocultos. Hay emisarios que te dan claves para seguir :"Evita cruzar por X lugar. Atraviesas los blogs precisos y llegarás a la tierra prometida" Bien mirado Internet es la perfecta fábula Borgiana. Juegos de espejos, realidades inabarcables, desiertos que son laberintos para terminar encontrando esa forma de falso Aleph. El uso que cada uno hace de todo esto es muy preciso y muy personal y nos define. Mateo Page era simplemente un internáuta más. De esos de perfil blog: Tendencia literaria, algún texto publicado sin mucho éxito de comentarios, alguna página de fotos, comentarista en blogs de ficciones y textos de viajes. Por perfil Mateo Page era una oveja en esa manada infinita de ovejas que somos los internautas. Así fue hasta que en una larga sesión de navegación y búsqueda fue a dar con aquella enigmática página cuya dirección era www.textosparaserpublicados.net. Mateo Page, sin ser capaz de completar el camino trazado que le había llevado hasta esa dirección, pinchó y entró en aquel lugar de fondo azul oscuro y estética simple, repleto de títulos que al ser pinchados enviaban a un texto literario de altísima calidad. En distintos movimientos al azar, Mateo pinchó en varios títulos, desde "Música para la memoria" un cuento donde se narraba la obsesión de un músico checo enamorado de su ciudad natal, que pretende crear la melodía precisa que alcance el inaccesible epicentro de la memoria y lograr borrar los recuerdos de los turistas que visitan Praga para que no la recuerden y no la recomienden visitar nunca más , hasta "El café de Elisa" donde se lee el extraño caso de un lugar en el centro de Bruselas donde la gente nada más entrar logra soñar despierta o el que le fascinó "Melancólica historia de un hombre melancólico" historia que nos habla de un hombre tan melancólico que termina volviéndose lágrima deambulando sin rostro por el que correr. Al terminar hojear varios títulos, leyó de nuevo la dirección de la web y comprendió, sin saber muy bien por que, que esa página era un lugar al que se podía acceder para copiar textos y publicarlos en los blogs propios. Así Mateo Page comenzó diariamente a entran en www.textosparaserpublicados.net seleccionar uno de los títulos, darle a ctrl a, ctrl c, dirigirse a su blog, pinchar en publicar nueva entrada y pulsar ctrl v. Fue así, sin darse cuenta, a una velocidad de vértigo, que Mateo Page se convirtió en un popularísimo bloguer. Cada texto era comentado por miles de personas, la admiración hacia esos textos era unánime. Copio sin selección conceptual, un día escogía "Música para la memoria" y al día siguiente copiaba "Semejanzas de Lupe con Madame Bovary", textos sin conexión estilística ni temática. Cada texto que Page copiaba de www.textosparaserpublicados.net se volvían en su blog un acontecimiento sonoro en la red. Tras la fama del boca a boca o del click a click, llegaron las primeras ofertas editoriales."Sr Page le proponemos publicar una selección de 100 cuentos con buenos beneficios" y Mateo no veía ilegalidad ni trampa en su juego porque la dirección de la página lo dejaba muy clarito www.textosparaserpublicados.net. Y salió a la venta "Las páginas de Page" (100 textos del bloguer más famoso de internet) y a Mateo los beneficios le vinieron como del cielo porque la hipoteca se empezó a pagar solita. El problema fue cuando comenzó la prensa a solicitarle "Sr Page quisieramos hacerle una entrevista para la sección de libros" y el inconsciente Mateo fue, claro que fue, porque Mateo no hacía trampa, no engañaba, no negaba porque nunca le habían preguntado, pero aquel periodista curioso, intrépido le cosió a preguntas, pero fue ya en la segunda donde cayó, donde se desveló, donde su fama se acabó:

Entrevistador: ¿Dónde encuentra Mateo Page la inspiración? Si hay algo sorprendente en su literatura es la variedad estética, la gama inmensa de estilos que recorre.

Mateo Page: Realmente el proceso es sencillo. Acudo diariamente a www.textosparaserpublicados.net, una página que encontré hace poco tiempo. Es un lugar infinito, lleno de miles de textos. No hay fin. Accedo, busco algún título peculiar, lo copio y lo pego en mi blog. Realmente tengo poco mérito en esto.

Evidentemente Mateo Page pagó caro la honestidad. Un juicio durísimo, una condena de plagio sin acusación, porque ¿Quién se escondía detrás de aquellos textos? ¿Qué autor dirigía y gobernaba aquella página engimática llena de cuentos para regalar? Nunca se supo, sólo quedó para la posteridad la última frase que se escucho de Mateo Page. No se quien es, nadie lo sabe. Si algo se es que yo, a su vez, soy otro texto copiado para publicar en tu blog.

viernes, marzo 19, 2010

Poemópolis

Despertaba a medianoche, fumaba opio que le traía desde Chefchaouen, un amigo marroquí con el que algunos fines de semana también mantenía relaciones sexuales y escribía, tuviera ganas o no, un poema. Pasada la una de la madrugada se vestía y salía a la calle. Caminaba durante horas sin destino fijo y casi siempre a un lugar opuesto al de la noche anterior, hasta que alcanzaba las zonas donde la ciudad se va diluyendo. A su modo de entender la ciudad de madrugada es una ballena que atraviesa el océano infinito de la nada y sólo así uno es capaz de comprender algo, si es que realmente hubiera algo que comprender de las ciudades. Los poemas que escribía, siempre, tenían que ver con lo que había ocurrido en la caminata de la noche anterior. Así su literatura era un catálogo de extrañas y curiosas situaciones y personajes: Viejos que habitan en naves abandonadas, escritores que caminan buscando historias con las que se obsesionan, parejas aparcadas en callejones oscuros haciendo el amor desesperadamente, vigilantes con discursos delirados sobre la delincuencia, chicas de la periferia que quieren alcanzar el centro de alguna forma de vida inexistente. Cada noche el encuentro con formas de vida en esquinas lejanas le hacían descubrir la inalcanzable y formidable magnitud de la personalidad de una ciudad ¿Por qué que es una ciudad? se preguntaba muchas veces ¿Que es si no un encuentro al azar de destinos no elegidos sumándose históricamente unos a otros como una maraña amorfa de edificios y direcciones? Y bajo esa interrogante enigmática recorría ese boceto de laberinto que era su ciudad, cada ciudad. Avanzaba a ritmo constante, sin detenerse demasiado salvo cuando encontraba algo que era poemizable para la noche siguiente cuando despertaba y escribía su poema diario. Calle a calle, en ese silencio creciente que va en aumento desde el centro hacia las periferias, donde la ciudad se deshace y se vuelve silencio atronador:

Más que poeta soy investigador del alma de esta urbe. Mi fin no es la estética, mi fin es algo parecido a la sociología, aunque en el fondo no sea más que otro asunto metafísico. No escribo poemas para expresarme, los escribo para transformas esas visiones nocturnas en algo casi tangible. La verdad, al contrario de lo que se cree, es mas concreta en un poema que en la realidad misma. Mis poemas se pueden tocar y se pueden repetir, aquel muchacho extraño de ayer a las 3 de la madrugada en el el barrio 2 de la zona C es irrepetible y seguramente su alma a esta hora ya no exista o su visión desconcertante en esa esquina jamás se vuelva a repetir, esa realidad ya es, para siempre, inalcanzable.


Y era cierto, no era poeta, aunque su búsqueda fuera una autentica poesía: Investigador de la personalidad de una ciudad. Su obra pues recoge ese catálogo casi delirado de lo cierto, de las calles, de nuestros conciudadanos. Poemas como "Travestí que confiesa ver ovnis" o "Borracho que proyecta puente sobre el río" son joyas para comprender los escondites de esta ciudad que a veces creemos que no existe. Si, somos el parque de las maravillas y el palacio de la plata, joyas arquitectónicas que aman y fotografían compulsívamente los turistas que nos visitan, pero también somos "El Bar de Lucho Lozano, el Boxeador" ese tugurio que podemos leer en aquellos versos memorables que terminan rotundamente con: "Lucho lozano golpea todavía, pero golpea desde esa mirada que viene de 30 años antes para instalarse en ese olor nauseabundo que hay en la barra de ese bar horrendo". No dejemos de leer la obra de este peculiar autor. Poeta underground para unos. Guru del postindustrialismo para otros, yo me conformo con ver una escritor sublime. Oscuro, terrible, doloroso, pero sublime. Que narró con dedicación los delirios de esta ciudad a la que tanto quiso comprender que le terminó matando. La pregunta que queda abierta, la duda es: ¿Como hubiera sido el poema que habría escrito la noche siguiente sobre aquel ladronzuelo? ¿Como hubiera titulado aquellos versos donde narraría las peripecias de aquel delincuente que le mató por unos cuantos centimos? ¿Que nombre le hubiera puesto a su asesino? Ese hombre cruel que acabó con su vida en una esquina cualquiera de esta ciudad a la que, seguro, jamás hubiera llegado a comprender.

jueves, marzo 18, 2010

D

D recibe los primeros rayos de Sol y suspira. Tiene los ojos cerrados y percibe algunas formas de sombras amables en su visión. D tiene las manos semicerradas, sus gestos son los gestos de la humanidad reducidos en sus dedos y la piel que los cubre siente la luz solar del principio de la primavera como otra forma de alimento. D intuye los beneficios de esa luz y se entrega a ellos, pero el efecto es curioso porque D al ser, a su vez, una forma muy peculiar de luz, hace que luz solar y su propia luz reboten con la gracia de un efecto preciso de fotografía artesanal en toda la habitación. D es muchas cosas que parecen concentrarse en esa precisión incalculable, sobrenatural de la forma de su labio. En ese labio se juntan y salen al mundo la intraducible literatura que fluye de sus pulmones hacia el mundo. Hay algo más que arquitectura sublime en las formas de D; si se la mira, uno concluye que no es posible semejante precisión en tan reducido tamaño. D podría no ser real de tan mágica que resulta, pero pocas cosas lo son más que ese sueño en el que anda sumido. Un sueño que nadie recordará, al que nada accederá jamás. Sueña D, pero ¿Qué es lo que sueña? ¿Que luces y formas recorre D en ese sueño secreto mientras la luz solar rebota con maestría en su propia luz? ¿Que misterio total se esconde en el sueño de D, en ese juego de luces? ¿Sueña D con la primavera, con esas formas y calores que deben ser en su piel su primera primavera? Da igual, en cualquier caso D lo es por si sóla; es un juego de luces que vuelven esta habitación la primavera absoluta.

Las cartas del Tio L.

Querida,

La mañana entró hoy lentamente por la ventana de nuestra habitación. Con el aumento de la luz fue subiendo la intensidad del tráfico ahí afuera, esas señales del ritmo de la ciudad. El silencio de esta habitación que tantos años compartimos ahora es invadida constantemente por todos esos elementos externos a los que ya no pertenezco. La casa vacía me recuerda constantemente que ya nada queda de mi tiempo en el mundo. El vacío está lleno de ti y no te lo escribo con nostalgia. Si te escribo todas estas cartas es porque yo no batallo por anclarme a esta realidad ajena, sino porque asumo que mi realidad pertenece a la tuya, donde sea que esta suceda. Que mi vida pertenece a ese tiempo perenne que es el de la memoria propia, el de los recuerdos de una existencia grata a tu lado. Yo no espero la gloria de unas puertas abriéndose, espero el encuentro contigo, yo ya sólo espero eso. Mientras la luz entra y aumenta esa intensidad de la ciudad en la que yo habito como un trozo de recuerdo vivo de otra época, voy recordando las mañanas en las que si pertenecíamos, en las que al abrir los ojos me encontraba con tus ojos y todo parecía normal y eterno. Luego los rituales diarios son cada vez más escasos. Me tomo el café sentado junto al balcón, pasan los trabajadores de un lado al otro de la acera, el tráfico intenso y enloquecido de la calle. Respiro profundamente como si en esa inhalación fuera a encontrarte y me pongo en pie. Tengo pocas tareas salvo la de ir escribiendo al otro lado, donde habita ese mundo diluido del que vengo y que poco tiene que ver con eso que veo desde el balcón. La mayor actividad se centra en la memoria. Los recuerdos pasan una y otra vez con diferentes perspectivas. La memoria es infinita y cada recuerdo puede durar millones de minutos en tu cabeza. Recordar es amoldar el tiempo a una forma incomprensible y hermosa de atemporalidad. Puedo recordar, por ejemplo, la mañana de lluvia en aquel bosque, puedo escuchar aquella frase tuya junto a aquellas piedras que dijiste que tenían las formas que tienen los sueños, puedo escucharla y repetirla mil veces mientras avanza la mañana ahí afuera, mientras ese flujo va y viene ajeno a estos recuerdos. No es ya nostalgia o una derrota. No es ni siquiera infelicidad, manteniendo esta correspondencia contigo aún sabiendo que nunca hay respuesta, soy delicadamente feliz, porque mientras escribo estas cartas que no envío (porque desconozco la dirección inexistente donde debo dirigirlas), voy viendo tu rostro, todas las formas que tuvo tu rostro a lo largo de los años que vivimos juntos. Con eso me conformo, con ir viendo tu cara tras estas frases que de algún modo espero que leas, aunque estas cartas nunca se envien porque no hay dirección donde enviarlas, porque esa dirección se recibe en el último instante y es el lugar donde espero reencontrarte y habitar definitivamente en esa agradable, entrañable y mágica invisibilidad del recuerdo de un tiempo que ya sólo existe en la memoria.

miércoles, marzo 17, 2010

Encuentro del escritor fantasma con el rayo

El escritor fantasma descubrió el rayo. No un rayo al uso, sino una forma descomunal y alucinante de forma de vida. No vino en la tormenta,ni en los reflejos del sol, vino en una pausa insospechada, en una parte del camino, del camino que jamás estaba trazado. El escritor fantasma vio el rayo y se quedó durante horas mirándolo. Jamás, nunca, había visto una forma de luz semejante, una pausa donde todo se detiene de un modo casi irreal, donde todo avanza a una velocidad casi inapreciable y no hay sino la hermosa nitidez de los objetos detenidos. Así que el escritor fantasma se quedó mirando todo aquello que el rayo tocaba y comprendió que aquella experiencia era intraducible, que no había modo de sacar palabras de aquel instante prolongado, sino que todo lo que sucedía en aquel momento rayo era, de por si, lo escrito. Lo más sorprendente no era aquella hermosa laxitud, aquel lento y preciso avanzar de las cosas, de los gestos del universo, lo más sorprendente era, como sucede con todas las experiencias sublimes, que el rayo traspaso todos los elementos de su vida, incluso los ya vividos. Como si el pasado cobrara un sentido absoluto en el instante en el que descubre el rayo y el futuro existiera por primera vez. El escritor fantasma vio en el rayo una manera de revelación o el epicentro de su existencia. Hasta ese punto del camino había sido empujado por sus propios pies, iluminado por una forma invisible y poderosa de esperanza. Ahora el rayo transformaba la esperanza en algo casi cierto y cada paso ahora era movido por ese alud enérgico del rayo. El rayo todo lo había transformado con su vital potencia, con su infinita energía. El rayo era la base eléctrica de todos sus pasos y todo lo volvía hermoso, alucinante, gigantesco. El rayo era blanco y blanco era para el escritor fantasma el resto del camino, un camino que se miraba con detenimiento, era infinito. El rayo abría, pues, la galaxia de la existencia. Lo anotó en su diario a modo de recordatorio, sin la idea de hacer texto, literatura o poesía. Todo eso estaba en el rayo, en cada instante del rayo...

Y caminó

martes, marzo 09, 2010

Tren nocturno

Antes de llegar a la tercera estación donde hacía parada en ese trayecto pensé, infantílmente, que no era el tren lo que se desplazaba, sino lo otro, el paisaje y la noche al otro lado de la ventana, esos pueblos insignificantes que formaban grupitos de luces en el medio de la nada, esos árboles que como referencias temporales iban pasando fugazmente, esas construcciones solitarias en medio del campo, iluminadas con una bombilla de baja intensidad. Pensé eso, que era todo lo que se empujaba y que el tren era el que estaba quieto y bajé la cabeza al libro, leí una frase y lo cerré. En la oscuridad del compartimento nadie hablaba, la mujer que había subido en la segunda estación miraba desde nuestra oscuridad, la oscuridad de la noche al otro lado, sus rasgos se confundían y no podía descifrar esa cara que apenas había visto en el momento de entrar, cuando el revisor picó su billete y volvió a apagar la luz. El anciano que venía desde el arranque conmigo respiraba fuerte, a punto de roncar, viajaba en ese otro tren que es el sueño, el otro lado de paisajes también móviles, también inalcanzables y fugaces. Me puse en píe y me fui fuera al pasillo a fumar, me balanceé torpemente y me apoyé en la puerta cerrada por donde horas antes había subido a ese tren, abrí un poco la ventana y entró una ráfaga bestial de viento y frío. Encendí el cigarro y traté de no pensar en ese destino hacia el que avanzaba el tren, o hacia donde lo demás empujaba al tren, y en mi propio destino. Luego el tren entra en la tercera estación cuando yo ya me siento de nuevo, en la oscuridad que se verá alterada por la luz vacía y melancólica del andén, donde una mujer abraza a un hombre con desgarro pero silenciosamente, una joven avanza ausente andén adelante con una maleta elegante en la mano y un uniformado solitario espera en el punto preciso el momento en el que el tren se frena. El tren se detiene y se oyen los sonidos del rito, frenos, silencio previo, apertura de puertas, las voces de los que suben y buscan el número de compartimento, el número de asiento. El arranque torpe, la oscuridad que crece de nuevo y el avance del tren, o de lo otro, de nuevo. He aprovechado esa parada para estudiar y memorizar los gestos de la mujer que tengo enfrente, ahora que todo está oscuro de nuevo recreo, rememoro como una lección aprendida cada gesto de su cara. El recorrido de rasgos y formas lo hago varias veces para dejarlo bien marcado en mi memoria, para tatuarlo y dejarlo inmóvil en el recuerdo al que tendré que acudir en todos esos kilómetros y kilómetros de noche y sin luz, donde ella está de frente como una silueta misteriosa, cercana pero a miles de kilómetros de mi. Duerme el anciano otra vez, sus ronquidos van subiendo de volumen, como si los kilómetros nos fueran dando una confianza irreal y se abandonara al sueño y olvidara los pudores iniciales que le mantenían despierto cada vez que se relajaba y cabeceaba y comenzaba a respirar fuerte. Miro otra vez por la ventana, luces lejanas que me recuerdan a todo lo que está inaccesible, la noche como una masa sólida al otro lado de la ventana. Muevo mis piernas buscando acomodarme, una nueva posición. En ese espacio reducido rozo sin intención mi pierna con la pierna de la mujer, un vestigio de cariño en ese frío, en ese silencio, en esa noche profunda y vuelvo a rememorar su rostro que ya viene sin dificultad a mi memoria. No digo nada, me pongo de nuevo en píe y salgo al pasillo con otro cigarro. Mientras fumo ella aparece tambaleándose por el pasillo y me dice que si le puedo dar un cigarrillo, que habitualmente no fuma pero que no puede dormir y que ya no sabe como pasar el tiempo. Se lo doy y mientras lo extiendo es cuando veo el tatuaje en su mano, casi inapreciable, casi invisible, pero reconozco, claro que lo reconozco; el símbolo. Me mantengo, externamente, sereno. Le acercó la cerilla hasta el cigarro, ella inhala y arranca la mecha. No hablo, ella tampoco. Miro por la ventana, luego miro su reflejo en la ventana y distingo de nuevo el tatuaje en la mano. No hay duda. El símbolo. Fumamos a ritmo dispar, pero cortesmente espero a que ella termine para ir juntos hasta el compartimento. Recorremos el pasillo a trompicones, uno detrás de otro, tengo la posibilidad de apuntarla al cuello, pero no lo hago. Entramos en el comparimento, volvemos a la oscuridad. La noche y el tren avanzan, me siento de nuevo frente a su silueta, durante kilómetros pienso en la manera de escapar, pero ninguna cárcel más segura que un tren avanzando veloz en la nada, en ese momento cualquier intento de saltar sería una locura. Respiro, me acerco hasta su oido y le pregunto:

.- ¿Están en la siguiente estación?

Con voz suave y lejana me contesta que si, que salvo que cometa la locura de saltar, estoy sin salida. Entonces la beso cuando asumo que está todo perdido. Nos besamos silenciosamente en la oscuridad mientras el viejo ronca. Me siento de nuevo y cierro los ojos poco antes de llegar a la siguiente estación le propongo fumar de nuevo. Salimos al pasillo. Fumamos. Lanzo la colilla por la rendija de la ventana. El tren comienza a frenar. Ni siquiera nos despedimos. Se agotan mis últimos minutos de fuga. El andén, la luz triste y blanquecina, algunas figuras. EL tren se detiene completamente. Se acaba mi historia.

domingo, marzo 07, 2010

Maqueta

No soy maquetista. Me gusta ese cambio de dimensiones, esa representación, pero no soy maquetista. Soy otra cosa. Puedes pensar que soy un maniático o un manipulador. No lo niego. Hay una enorme atracción en ver todo desde una perspectiva reducida, donde todo es pero es en una escala menor y resulta todo tan manejable. En mi caso no hay representación. Mi maqueta bien mirado no es una maqueta, no pretendo que esto que he creado se termine convirtiendo en algo de tamaño real. Me gusta así, no proyecto. Prefiero estas dimensiones. Esto que he ido formando pacientemente no es el proyecto de algo que será o que ya es a tamaño real. Mi maqueta sólo existe en estos volúmenes, en estas medidas. Puede ser que por inmensa esta maqueta sea la maqueta más grande del mundo, es posible. Aún recuerdo los principios, las decisiones primeras, aquí la montaña que terminé llamando Mágica, por homenaje; desde ahí comenzó a crecer todo, los parques, esa avenida prolongada que da a las casas encantadas, ese barrio milagroso que creé al norte del centro donde construí los túneles y las cavernas. La maqueta, como un país encantado, debía tener enigma, magia, parecer un sueño, todo debía ser irreal dentro de esa realidad minúscula de mi maqueta. Luego las lagunas silenciosas con ese agua cristalina y azulada, el parque de los espejos donde todo se refleja y distorsiona. Cada elemento nuevo debía, debe, potenciar esa irrealidad precisa que construyo día a día. Nada es gratuito en este laberinto reducido e inabarcable. Es gigante mi maqueta, construida para ser recorrida, para ser habitada. Mi fantasía final podría ser proyectar esto en tamaño real, pero no, casi prefiero esto, estas dimensiones que controlo y manejo con precisión, sin fallos, con acierto. Este tamaño es perfecto para gobernar porque desde aquí lo veo todo, apago la luz y enciendo las luces infinitas que iluminan toda la ciudad y me recreo en paseos imaginarios. Hoy por ejemplo, ya de noche, bajaría hasta el parque de los espejos a reflejarme en distintas formas distorsionadas, atravesaría la avenida del oboe donde suena siempre esa melodía lejana, caminaría despacio dejándome llevar por ese sonido que termina dando a la esquina de la avenida del agua; me montaría en una de las barcas y bajaría por esa avenida río hasta la calle colchón para caminar descalzo y dando saltos. Hasta las cuevas. Las cruzaría a oscuras y en silencio para salir al pie de la frontera donde todo termina y comienza lo gigante las dimensiones desproporcionadas y cansinas, estas, donde habitamos; allí hay un mirador para apreciar lo contrario, la no maqueta desde la maqueta. Ese mirador da a esta habitación, desde allí, se puede ver la gigantesca puerta que abre hacia el pasillo. Allí me quedaría esperando a que salieras de una vez por todas de las cavernas. Si creé esto fue para ti, si te reduje fue para tenerte siempre en mi mundo, en mis dimensiones. No se porque aún no lo aceptas, cada cosa de esta maqueta está creada para ti, es mi mundo que quiero que habites, yo sólo lo dirijo desde arriba, desde las dimensiones desmesuradas de los hombres. No te ofendas, no estés triste. Lo hice todo para ti.

viernes, marzo 05, 2010

Anónimo

Le llamaremos Anónimo, porque desconozco su nombre y porque no me imagino nombre más apropiado. Le podría poner un apellido, pero tampoco es necesario. Era anónimo sin más, anónimo como tantos, como todos lo hemos sido alguna vez en la vida sin saber que lo somos. ¿Quién sabe acaso cuando es anónimo y cuando no? Hemos sido anónimos entre la masa, anónimos en el metro, en aquella mesa del café, entremezclado en el bullicio, donde una pareja te mira con distancia porque eres anónimo; y el anonimato nos iguala y nos hace únicos. Pero él, nuestro anónimo personaje, era absolutamente anónimo, casi invisible y sin serlo. Ser anónimo requiere de unas cantidades muy precisas, de misterio y de invisibilidad. Para ser anónimo apenas hay que ser visto sin embargo se te tiene que ver. Uno no es anónimo si no existe completamente, el anónimo existe, existe poco, pero existe. Le vi pocas veces, las suficientes. Siempre solo, siempre escurridizo y enigmático. Podría hacer el chiste fácil de atribuirle obras y frases anónimas de toda la historia, pero para ser realmente anónimo no puedes ni medio intuir a que se dedica el personaje, no puedes saber si es escritor o camionero. Lo difícil de anónimo es describirle porque su anonimato es su única característica. Es anónimo y ya. No hay más que hablar. Anónimo es una presencia, casi un fantasma, uno de esos dibujos mal trazados de un comic que aparece en segundo termino, muy atrás de donde sucede la acción del protagonista. Una de esas cabezas que camina en bloque por la avenida, entre tantos y tantos otros. Hay veces que uno sospecha que los demás, en los que no nos fijamos, son siempre los mismos. Anónimo tiene la función, imaginé a veces, de rellenar las calles. Anónimo estaba ayer en el bar mientras el Barsa marcaba el 2-1, en el fondo, junto a la barra, donde jamás miré, pero anónimo también eran esos pies que vi por debajo de la puerta en el baño de la estación de tren o esa cabeza escondida tras otras cabezas en el vagón de al lado a las siete de la mañana en el metro. Anónimo estaba a la derecha del escenario en aquel memorable concierto mientras yo estaba a la izquierda y giré y vi en la oscuridad permanente a la que está sometida el publico ese cúmulo de cabezas entre las que estaba él, anónimo y su permanente anonimato. Anónimo está ahora tras aquella ventana, del edificio del otro lado de la calle, esa silueta que se marca tras la cortina o pasa en ese coche que sigue calle arriba, conduciendo y perdiéndose en giro con la avenida. Anónimo escribe en su blog y deja comentarios y aprovecha su anonimato para hacerlo. Anónimo es un pseudo dios, porque es omnipresente. Está aquí cerca, en el bar tomando café para salir corriendo hacia el trabajo, pero está en tantas otras ciudades, en tantos otros destinos. Anónimo está en mi cuando intencionadamente me escondo en su forma o cuando sin saberlo soy él. Anónimo ejecuta su obra permanente, la obra de arte más sublime y profunda: Sostener a todos lo que nos son desconocidos. Dime anónimo, dime: ¿Quién eres realmente?¿Quién al final de tantos otros se esconde en ti? ¿Quienes somos cuando somos tu? ¿Quien soy si en el fondo todos somos anónimo?

jueves, marzo 04, 2010

Un minuto al final

Por alguna razón incomprensible mi vida, toda mi vida, se movió un minuto más tarde. Las cosas iban sucediendo en el minuto previo al que yo calculaba. Cada situación de mi vida ocurrió, siempre, sesenta segundos antes. Por más que corría, por más que me aceleraba, nunca llegaba. Jamás encontré la puerta, el camino que me ahorrara ese minuto. Ese minuto enfermizo y tremendo que se abría entre las posibilidades y yo, entre el destino deseado y el destino que finalmente me tocaba vivir. Corrí, me desgasté tantas veces en aquella carrera enloquecida. Me entregué con pasión, con violencia, con tesón a ese infortunio, pero por más que lo intenté cuando algo debía ocurrir a las 12:53, yo llegaba a las 12:54. El tiempo y sus variables siempre jugaban en mi contra. De algún modo mi vida estaba siempre en un laberinto, el extraño laberinto del retraso. Si ese minuto no se hubiera interpuesto siempre que distinta hubiera sido mi vida, que distinta y que adorable, que magnifica hubiera sido mi existencia, que agradable mi destino. Nunca había una misma razón, ese minuto podría aparecer en un semaforo en rojo, en la cartera olvidada en casa, en un tren que huye cuando alcanzas el anden, en ese personaje incómodo que te hace tropezar en una esquina y se cae y tienes que ayudarle a levantar y todo sucede lento, en una secuencia insoportable de sesenta segundos. Siempre ese minuto por delante, esa masa invisible entorpeciendo mi caminar, mi carrera, mi frenesí. Siempre corriendo avenida arriba sabiendo que dos manzanas más adelante es realmente donde debería estar, no aquí, en esta esquina, en este paso de cebra donde el tiempo se interpone, como siempre. Siempre ese minuto, siempre ese diabólico, monstruoso y gigante minuto. Parece mentira, mirado con perspectiva. Sesenta segundos en la inmensidad de lo infinito, pero esos sesenta segundos miserables siempre se interpusieron entre lo que quise ser y lo que soy. Entonces sólo hoy, en este minuto preciso me detuve y le dije al que me escribe: "Espera, espera un minuto, espera ese minuto de siempre y escribes el final"

Y así lo hice, un minuto después.

Fin

miércoles, marzo 03, 2010

Las 00:00

Nada me lo anunció a las 23:59. Si algo había de llamativo en ese día, en aquel largo día, que creí agonizando, era simplemente que había dejado de llover después de muchos días de temporales y borrascas y vientos del norte. Nada especial en un invierno agudo en sus síntomas, de personalidad recia. Nada lo anunció porque en la vida nada viene con anuncio, con aviso, con alarma. De las 23:59 el reloj pasó a las 24:00 y ahí ya noté la primera señal extraña. Dudé unos segundos y luego me pregunté: Pero ¿Las 24 no es el momento en el que el reloj digital da la vuelta y vuelve al cero? ¿no es el instante en el que arranca el nuevo día?. Me quedé mirando con esas dudas que surgen cuando sabemos que estamos en lo correcto pero aún así dudamos, como si nuestro conocimiento hubiera navegado erradamente por la laguna de la ignorancia durante toda la existencia. 24:05, miraba concienzudamente, como si el reloj fuera a darme una respuesta en la propia interrogación que planteaba. 24:06. Definitivamente recordé y afiancé mi seguridad, los relojes no marcan 24, viajan absurdamente del 23:59 al 00:00, es por eso por lo que decimos que a esa hora cambian las fechas, avanzan los días. La espiral del tiempo da una vuelta entera y sigue en nuevo nivel. Sin embargo no. 24:38. Me levanté, caminé por la casa, sabiendo que el insomnio hacía su acto de presencia a medida que surgía la duda y el desconcierto. Esperé a lo que debería de ser la 1 de la madrugada, decidí dejar cualquier teoría o planteamiento a la primera hora completada. 24:59, miré el reloj como sólo se mira en noche vieja, con concentración y expectativas. Vi el 9 y el 5 comenzar su giro, viajaron, estos si, hacia el 0, pero el 24, lo miré esas decimas que parecían siglos y comprendí que algo raro sucedía cuando vi el 2 estático y el 4 girando al 5. Eran, sorprendentemente, las 25:00. No transcribo ahora lo que mi cabeza fue analizando en esa hora completa que fue de las 25 de la ¿Madrugada? a las 26. avanzaba la noche y yo miraba perplejo. 26:03, 26:19. Ningún indicio de alteración en el mecanismo del reloj. Sus minutos los marcaba correctamente, pero ¿26? ¿Que hora es las 26?. Ya no era insomnio, era algo mas agudo, o menos comprensible porque ¿Es a las 26 la hora en la que debería dormir? Quizá ya no era ni insomnio, quiza es que a las 26 aún no debería de dormir. Pensé en los ciclos, en como serían las nuevas referencias en las horas. Entonces pasó la noche (Y esto lo digo porque afuera todo era oscuro como en la noche, como en las madrugadas) y el reloj marco la hora 27 y luego la 28 y no frenó en su aumento. y las 29 dieron paso a las 30. Nunca, sospeché volvería el reloj al cero. Lo que empezaba era una nueva forma de día que avanzaba que no frenaba, un día eterno, sin línea final. Las 31, las 32. Y el día, aquel día fue creciendo y no frenando. entonces comenzó, claro, el caos. No supe a que hora ir a trabajar, porque mi horario era de 9 a 2 y de 4 a 7, no de 37 a 41 o de 44 a 50. No supe a que hora comer salvo por el hambre, no supe cuando dormir salvo por el sueño. 121:12. y nadie comprendió. Estábamos sumidos en un día gigante, sin freno, abismal. El día total. El día final y el primer día. ¿Que día nacían los niños que nacieron a las 230:32 o las que luego vinieron a las 345:10?. No había manera de regularnos, de ordenarnos, de comprendernos. El tiempo iba hacia adelante ignorando nuestros ordenes, nuestra lograda organización. A las 1090:21 cogí mi coche y me largué de la ciudad donde ya nadie comprendía nada, donde cualquier intento de abarcar el día y organizar ese nuevo ciclo temporal era banal y absurdo, el tiempo se imponia a los hombres, los dominaba y no les daba espacio para abarcarlo para gobernarlo. El tiempo insaciable iba adelante. Fui por carreteras vacías. Ya nadie viajaba porque nadie tenía una hora a la que llegar. pasaron muchos días sobre aquel día, o la sensación de semanas, meses sobre la línea sólida de un sólo día. Me detuve frente al mar, mirando las olas, constantes. Ciclo que va y no termina, que eran las olas reventando en la orilla de la playa. Pasaron horas del día, del gigantesco día. fumé, respiré descansé dormí frente aquella playa, entré en el coche y entonces sin previo aviso, sin orden, sin sentido. El reloj que marcaba las 1823:59 paso como debió hacer tanto tiempo antes, al 00:00 y comenzó el nuevo día y por alguna razón, sonreí.

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